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Eran algo más de las once de la noche. Estábamos celebrando el cumpleaños de una de mis amigas y pasamos por el parque. El mismo parque que veo todos los días, el mismo parque en el que todos nos divertíamos cuando éramos pequeños. Sí, ese era nuestro parque. El mismo en el que hacíamos castillos de arena y jugábamos a las palas, el lugar en el que pasamos horas y horas jugando al balancín y tirándonos del tobogán. En ese mismo parque fue donde pasamos nuestra infancia. Hubo un tiempo en que jugábamos sin ningún tipo de preocupación mayor que la de no perder el rastrillo, donde nos manchábamos y nos poníamos hasta arriba de tierra sin importarnos lo más mínimo, fue en ese mismo parque donde fuimos felices.La nostalgia invadió mi cuerpo mientras mis mejores recuerdos inundaban mi mente. Por un momento quise volver a ser esa niña. Sin dudarlo apenas un segundo corrí a montarme al columpio. Y ahí estaba yo, junto con las demás, intentando llegar hasta lo más alto, dejando escapar al niño que llevo dentro, ya que en cierto modo no hace mucho tiempo dejé de serlo. Hubiera jurado ser la persona más feliz del mundo mientras disfrutaba de mi regreso a la infancia. Hacía un frío horrible y sobre nosotras caía una suave llovizna pero allí estábamos, cantando por todo lo alto y riendo sin parar. Puede que a muchos os parezca una tontería, yo por mi parte espero poder repetir la experiencia. Para mí fue un momento mágico, durante unos minutos dejé de ser la chica que soy ahora y tuve la oportunidad de volver a ser esa niña dulce e inocente que una vez fui.