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Vivimos en un país avanzado. Un país en el que a los ojos del Estado todos somos iguales -así debería ser para todo el mundo- y da igual seas panadero o catedrático de derecho que ambos van a tener los mismos derechos ante la ley y su voto va a valer lo mismo en los dos casos. Actualmente, podemos decir que tenemos la suerte de vivir en base a un sistema de gobierno democrático y justo. Pero para poder decir hoy esto, cabe recordar toda la transición que ha sufrido el país hasta lograr algo de lo que enorgullecerse. Guerras, dictaduras y otras muchas calamidades que han tenido que sufrir los españoles hasta poder conseguir la representación justa que les había sido negada. Desde entonces la sociedad avanza a una velocidad vertiginosa. En pocos años se ha producido un progreso inigualable al de cientos de años en los que apenas se conseguía proteger los derechos inalienables de toda persona.
Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, se supone que en el mundo en el que vivimos algo tan meramente simple como puede ser el hecho de votar en unas elecciones nos parece algo completamente normal, como de hecho debe ser. Sin embargo, es curioso como de repente, en un solo instante, todas esas barreras que habían sido superadas con tanto esfuerzo y sacrificio a lo largo de la historia se imponen de nuevo. No, queridos lectores, no me estoy refiriendo a ninguna dictadura de las que actualmente hay en el mundo, ni hace falta irse muy lejos para ver lo que está pasando. No hace falta porque aquí mismo tenemos un claro ejemplo. Puedo deciros que tengo plena constancia de lo que ahora os voy a contar, en las últimas elecciones generales un musulmán se acercó a votar acompañado de dos mujeres. Como cualquier otro ciudadano -este ya tendría la nacionalidad- se identificó para poder echar su voto. El jefe de mesa, que se había dado cuenta perfectamente de que las mujeres se habían dedicado exclusivamente a acompañarle, leyó sus nombres al comprobar la identificación del hombre -supongo que los tres tendrían el mismo apellido árabe y estarían seguidos en la lista-. Al darse cuenta de la situación, el jefe de mesa se dispuso a ofrecer a las mujeres sus respectivas papeletas. No tuvo tiempo de hacerlo, mientras les informaba que podían hacer uso de su derecho al voto -en su país probablemente no podrían- el hombre se interpuso entre las receptoras negando el ofrecimiento de las papeletas. Las mujeres, cómo no, agacharon la cabeza y se retiraron dos pasos por detrás del hombre.
Aquel hombre, el jefe de mesa, al percatarse de la situación quiso intentar que aquellas mujeres pudieran ejercer su derecho como cualquier otra persona. Puede que otro ni siquiera lo hubiera intentado. Tal vez la mano que él les tendió no les dio la suficiente fuerza como para rebelarse en aquel momento, sin embargo, y si no existieran personas como él, que no desisten y siguen intentando crear un mundo más justo, hoy no estaríamos donde estamos.
Todavía queda mucho por hacer, pues queda un largo camino hasta que esas mujeres puedan votar tranquilamente sin miedo a nada. Por ello desde aquí os animo, como siempre, a que gritéis y os levantéis en momentos de injusticia como este, que seáis vosotros los que tendáis esa mano de ayuda. Porque puede que yo logre ayudar a una sola persona, pero entre todos sí podemos cambiar el mundo.
Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, se supone que en el mundo en el que vivimos algo tan meramente simple como puede ser el hecho de votar en unas elecciones nos parece algo completamente normal, como de hecho debe ser. Sin embargo, es curioso como de repente, en un solo instante, todas esas barreras que habían sido superadas con tanto esfuerzo y sacrificio a lo largo de la historia se imponen de nuevo. No, queridos lectores, no me estoy refiriendo a ninguna dictadura de las que actualmente hay en el mundo, ni hace falta irse muy lejos para ver lo que está pasando. No hace falta porque aquí mismo tenemos un claro ejemplo. Puedo deciros que tengo plena constancia de lo que ahora os voy a contar, en las últimas elecciones generales un musulmán se acercó a votar acompañado de dos mujeres. Como cualquier otro ciudadano -este ya tendría la nacionalidad- se identificó para poder echar su voto. El jefe de mesa, que se había dado cuenta perfectamente de que las mujeres se habían dedicado exclusivamente a acompañarle, leyó sus nombres al comprobar la identificación del hombre -supongo que los tres tendrían el mismo apellido árabe y estarían seguidos en la lista-. Al darse cuenta de la situación, el jefe de mesa se dispuso a ofrecer a las mujeres sus respectivas papeletas. No tuvo tiempo de hacerlo, mientras les informaba que podían hacer uso de su derecho al voto -en su país probablemente no podrían- el hombre se interpuso entre las receptoras negando el ofrecimiento de las papeletas. Las mujeres, cómo no, agacharon la cabeza y se retiraron dos pasos por detrás del hombre.
Aquel hombre, el jefe de mesa, al percatarse de la situación quiso intentar que aquellas mujeres pudieran ejercer su derecho como cualquier otra persona. Puede que otro ni siquiera lo hubiera intentado. Tal vez la mano que él les tendió no les dio la suficiente fuerza como para rebelarse en aquel momento, sin embargo, y si no existieran personas como él, que no desisten y siguen intentando crear un mundo más justo, hoy no estaríamos donde estamos.
Todavía queda mucho por hacer, pues queda un largo camino hasta que esas mujeres puedan votar tranquilamente sin miedo a nada. Por ello desde aquí os animo, como siempre, a que gritéis y os levantéis en momentos de injusticia como este, que seáis vosotros los que tendáis esa mano de ayuda. Porque puede que yo logre ayudar a una sola persona, pero entre todos sí podemos cambiar el mundo.
4 comentarios:
Da mucha rabia que estas mujeres sean tan sumisas a sus hombres. Parece mentira que estemos en el siglo XXI. Pero yo me pregunto ¿ellos no tienen madres y hermanas? ¿cómo pueden hacer eso con sus mujeres y con sus hijas?.Hay que luchar, como sea. Es indignante.
Soy un hombre y me siento mal cuando veo estas cosas hechas por otros hombres. Vergonzoso
Yo también me lo pregunto, y la cuestión está en el machismo infundado en ellos desde que son niños y en el ambiente que les rodea. Lo peor de todo es que esas pobres mujeres no pueden más que resignarse y verse obligadas a aceptar las injusticias a las que son sometidas.
Completamente indignante y vergonzoso para el ser humano.
o estoy muy de acuerdo con todo moon y la imagen me encanta..xD
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