jueves, 18 de junio de 2009

Pobre y generoso

.
¡Ya he vuelto! Por fin acaba el curso -o lo que es más importante, los exámenes-, así que a partir de ahora retomaré de nuevo el blog que, muy a mi pesar, tan abandonado he dejado durante estas semanas.

Nueva experiencia, nueva entrada. Hoy vengo a contaros lo que me ha pasado esta misma mañana. Pues bien, como todos los años mi colegio ayuda a Cáritas aportando voluntarios para hacer postulado el día de la caridad y este año ha sido mi curso el encargado de dicha labor. Así que allí estaba yo, de uniforme, con mi hucha roja y la clásica sonrisa de cuando te van a pedir algo por la calle y sin siquiera abrir la boca ya estás diciendo "por favor no me ignore, al menos escuche un momento lo que le digo y luego podrá decirme no, gracias o no llevo nada suelto, o cualquier otra excusa que le apetezca". Supongo que entre el uniforme, la pegatina en el polo y mi sonrisa de niña buena, mi educado avasallamiento surtió efecto en la mayoría de los bienandantes. Como siempre una se encuentra de todo, desde la típica ejecutiva agresiva que te suelta un par de monedas para perderte de vista lo más rápido posible, hasta la clásica señora mayor que -no sin hacer un gran esfuerzo- aporta como quien dice los cuatro duros que lleva en el bolso. A lo largo de toda la mañana nos ha dado tiempo de sobra a patearnos media castellana -concretamente desde Nuevos Ministerios hasta Plaza de Cuzco- , a recolectar una buena cantidad de dinero y dicho sea de paso a echarnos unas risas entre los compañeros de clase. Eso sí, hoy hemos podido comprobar cómo la crisis a pesar de todo supera la barrera de la caridad.

En fin, en mi aventura de hoy, y lo que realmente quería contaros, cabe destacar algunos momentos que quisiera poder decir que en un futuro permanezcan en mi memoría. Porque como todos los días, hoy he aparendido algo nuevo, y quizás mucho más valioso que cualquier otra lección que pudiera haber dado en clase. Como ya os he dicho, la verdad es que intentábamos asaltar a todas las personas posibles, sin embargo y como es de entender, dentro del grupo quedaban fuera todos aquellos que estuvieran pidiendo dinero en la calle. Pero ya se sabe que lo que menos se puede uno esperar es lo que al final acaba sucediendo. Ya habíamos acabado nuestro turno y nos dirigíamos al punto de inicio cuando, nada más cruzar, en la esquina de nuestro colegio, un negrito de los que venden la farola nos llama y nos echa dos euros en la hucha roja. Imagínense nuestra sorpresa, acabábamos de ser rechazados por gente con bolsos de marca y el pelo engominado y sin embargo aquel pobre hombre nos había dado, probablemente, la mitad de su recaudación diaria. Y qué quieren que les diga, pero para mí ese gesto significó muchísimo más que cualquier otra donación altamente cuantitativa de las que había recibido antes. Por eso en ese momento me di cuenta de lo increíblemente extraordinario que es el ser humano, y cómo una vez más no deja de sorprenderme.

También cabe decir -que no destacar-, las borderías que hay que aguantar de algunos, por supuesto yo prefiero quedarme con los buenos momentos y qué mejor brocha de oro que ese precioso gesto de aquel desconocido.





Moon




3 comentarios:

reme dijo...

que suerte, que buena experiencia y encima perdiendo clase!

Anónimo dijo...

¡Menuda lección¡

sarah dijo...

La anécdota no tiene desperdicio. Conclusiones... cada uno que saque las que crea. A mí me parece muy fuerte y muy revelador.

El futuro no puede estar en manos de esas gentes con bolsas de marca y egoísmo apolillado de bandera...

En fin... besitos :)